domingo, mayo 20, 2007

Sentado en el salón de mi casa; más precisamente, en una silla plegable de madera que he puesto en una esquina. Bebo una taza de café y observo el entorno. Me llevó dos horas hacer una limpieza profunda. Baño, cocina, habitaciones, polvo, algún insecto, ventanas, mesas, las plantas y sus hojas. Reconozco mi rastro por las cosas, por su disposición, su familiaridad, su sigiloso olvido. Dos diccionarios de francés junto a unas gafas cuyas patas sirven de separador al Poeta en NuevaYork; sobre la mesa de centro tabaco, atacador, el primer borrador de un libro del que ignoro el desenlace, un diapasón, mi viejo reloj Casio Batteryless, las velas que trajo Eléna para festejar su advenimiento. Mi guitarra flamenca reposa sobre el sofá víctima de las agitaciones nocturnas; pipa, navaja, Leibniz, el Niño Ricardo, botella de agua Santolín, un par de tenis, mi apreciada chaqueta marrón, papeles, piedras de las murallas de Ávila. Por la ventana, abierta desde la madrugada, entran flotando el polen y las moscas. Mis pies se adhieren al parquet gastado. Pienso que el salón es un espejo que refleja el rumbo de estos días.