martes, octubre 19, 2004

En una de las últimas noches del verano, luego de otro día en que mi vida en nada se diferenció a la de un perro callejero, me quedé baldado en el sillón de la sala. Sudaba, una sed oscura me quemaba la garganta. Al poco rato me encontré caminando en un desierto amarillo, el polvo me enrojecía los ojos y se pegaba a mi ropa, sentía como si hubiera estado andando durante días. Tenía escamas en la lengua. Un camino dividía las dunas frente a mis ojos empañados. Me aposté en la vereda y esperé largo rato. Los labios de Alma, una página de George Berkeley, el olor de la marihuana, un reloj de bolsillo y un anillo de obsidiana ocuparon mi mente. Un torbellino de polvo se levantaba a lo lejos, el sonido de un coche me infundió una atormentada esperanza. Cuando vi los faros me arrojé a su encuentro con el brazo extendido y el pulgar mirando al cielo, un cielo azul cobalto. El jeep se detuvo. Una mujer rubia, que frisaba los cincuenta, bajó la ventanilla y se quedó mirándome de arriba a abajo. Dos niños jugaban en la parte trasera. Cuando me acerqué para pedirle que me llevara con ellos, puso el coche en marcha envolviéndome con una nube asfixiante. Desperté con asma, y bebí directamente del grifo no sé cuántos litros de agua.

La semana pasada un asunto de trabajo me llevó a Soria. Hacía frío, y como suele sucederme, no estaba preparado para un clima tan adverso. Vagaba con paso rápido para entrar en calor, y cuando vi un bar abierto me introduje en sus entrañas sin pensarlo. Pedí un vermut y agarré el periódico deportivo que se encontraba en la barra. Una pareja discutía a mis espaldas y un borrachín me hacía señas cordiales obligándome a levantar el vaso. Pedí otro vermut y luego un tinto. Tenía frío y no me animaba a hacer el camino de regreso hasta el hotel. En ese momento, cuando me llevaba el chato de tinto a los labios, la pareja que estaba a mis espaldas se puso de pie. Los miré por el cristal que resguarda los alimentos, solté el vaso y giré el rostro con la rapidez que me permitió el espanto. El borracho notó mi crispación y lazó un gemido alegre a través de esa boca desdentada. La mujer de mi sueño se alejó del brazo de su amante.