martes, enero 06, 2009

2009

Hemos sobrevivido a las fiestas navideñas sin comprar nada. Somos unos héroes. Ayer, de regreso del ensamble de Jazz (Mélanié me dejó tirado en plena calle), el frío que comprime las carnes y ayuda a menguar las ideas desesperadas, y la nieve, que ha venido a dar la bienvenida, me hicieron pensar que habitaba un película en blanco y negro. Una película muda. Aquí he venido a darme cuenta de mi condición de Homo Strepitus. El silencio alsaciano: cristalino, puro, inmaculado. Reino de ideas que no se dicen pero se encuentran. Reino de la ortopraxis. Pero veo que no es sólo una cuestión de volumen, sino de ritmo y frecuencia sonora. Por la tarde, con los gitanos Manouche, me recomendaban su estilo de vida: si te quedas más de cuatro meses aquí te vas a volver como ellos. Así justaificaban ayer su incansable trajín. Yendo de aquí para allá no da tiempo de establecerse, de adoptar las costumbres y los rituales civiles: Tal vez ni siquiera los conocen. (¿Y para qué querrían adoptar la liturgia civil si no poseen el ánimo de integrarse?) Pero la idea de la pertenencia sobrevive: son de un pueblo que viaja, que se va. De la misma manera la concepción de la amistad y los vínculos afectivos se transforma: la familia es el centro, pero a lo bestia, porque no hay, no puede haber una diversificación de los afectos. No hay costubre de usar el correo ordinario ni el teléfono, y ni hablar de internet.

Ayer también descubrí el enorme placer de caminar sobre la nieve virgen y espesa, de ver las huellas en las nieve de las que hablaba Yorgos Seferis para definir la escritura del diario. Yo había pensado huellas en la arena del desierto, o, como la canción de Yves Montant, sobre la arena de la playa. Pero la nieve tiene una rigidez peculiar, y si no nieva nuevamente, al cabo de los días las huellas parecen fosilizarse hasta que viene la próxima nevada o el deshielo.

Huellas en la nieve nuestro Diario. De todo lo que hay, de todo lo había, uno deja esto o aquello; y luego alguien lo lee y cree que era lo más relevante, lo más precioso de nuestra perspectiva. En el diario hay cifras, geroglifos, idiogramas. A primera vista un tercero tal vez no pueda comprenderlos, tal vez ni uno mismo, que lo escribe. Pero también hay datos que nos recuerdan una historia, una semana no dicha. Gide usaba la frase: "otra vez eso", para referir lo que sólo él podía saber cómo y dónde. No se puede obliterar la vida en el Diario. Ese es su riesgo y su belleza.

Tal vez siempre es más importante todo aquello que uno no se anima a escribir en esas páginas.