viernes, noviembre 14, 2008

Había dicho emular la paciencia de las plantas, pero me corrijo: imitar a las arañas y su espera aparentemente aletargada.

Venía en la bicicleta de regreso a casa luego de un día donde amablemente me mandaron en diversos lugares a tomar por saco, y pensé que verdaderamete no había razones para seguir con vida. Ningún motivo legítimo que pudiera aducirse. Excepto por la sensación del viento enredando el cabello, del agua fresca resbalando por la lengua, las visiones felinas que suspenden la sordidez y el ruido. No encontré motivos para continuar con vida, porque no hay ningún sentido exógeno a esta trama tan íntima como invisible y anónima, inédita, manuscrita. Ninguna ruta cierta, ningún porvenir mejor que otro.

Y, en plena fuga, a dos ruedas, llegué a casa. Había olor a incienso y cogí la guitarra, y me quedé tocando hasta las horas prohibidas, y seguí pensando que fuera de eso no había motivos para seguir con vida. El olor de la lluvia. Caminar descalzo sobre la hierba.