viernes, agosto 08, 2008

De paso

Sobre las siete de la mañana ya estaba de pie. Me acompañan André Gide, Sénéque, e Hippoctrate, apócrifo en realidad éste último. Repasé la gramática francesa, que no me acompaña, sino que me persigue, y luego de un café con aroma a vainilla, me eché a la calle. Estas escapadas me gustan porque el ojo de la novedad me hace aventurarme por calles que a simple vista, à l'oeil nu, no tienen nada de extraodinario. Ah, pero descubrí que hay un cementerio detrás de la catedral del pueblo (si se puede llamar catedral a un templo portestante), cosa que no tiene nada de raro a no ser porque un grupo de polinesios se reúne justo enfrente para practicar sus cánticos y danzas melifluas. Más adelante hay un puente que no lleva a ninguna parte, y, detrás de una fábrica de cerveza Heineken (mañana salgo a hacer fotos) que recuerda películas como Metrópolis o los sueños bizarros de Dalí, se encuentra Le quartier des ecrivants. Tuve dos segundos de emoción al entrar por la calle Victor Hugo y atravesar Nerval. Pero la decepción fue muy grande. Creo que es el barrio más triste que he visto en mi vida. Por la calle de Gaule (hay cien calles de Gaule en cada pueblo francés) llegué hasta la piscina municipal, y comenzó la lluvia.

Aquí la gente no muestra mucho intrés por salir a la calle. Sólo en el centro se ven algunos grupos, casi siempre turistas, y familias que van de compras o bajan a cenar. En las clases procuraba informar a los alumnos que el lenguaje, la forma de hablar específica denota una peculiar forma de vida. Aquí la gente es demasiado amable, pero sin la franqueza, tan simpe, de los españoles. Gustan de las flores, la patissièrie, el deporte. Pero hay muchos niños, y aunque la gente no ríe como en otras partes del mundo, por lo menos hay muchas sonrisas.