domingo, agosto 27, 2006

G.E.R.I.T.L.

Hoy hace muchos días que no se sabe nada de ella. Desapareció. Dijo: mañana te llamo, y no se supo más. Solía desaparecer. El teléfono sonando y sonando o esa voz mecánica del contestador en una lengua extranjera, la bandeja de entrada del hotmail siempre vacía, café frío en la terraza, los dedos apretando el móvil, las cejas levantadas, las horas rellenas de chatarra.

Solía desaparecer. Se tomaba su tiempo para las decisiones escarpadas. Pero al cabo de pocos días volvía como una ráfaga, llenándolo todo con su risa, borrando mi aprensión con su alegría. Puedo imaginarme su cara cuando acaba de despertarse, la forma como agitaría las manos si me plantara frente a ella sin aviso, su sonrisa, aunque en el fondo preferiría que me marchara. Puedo imaginarme también cómo son sus días, sus conversaciones, sus momentos yermos. Imagino por qué ha desaparecido, por qué ha preferido el silencio, borrar su rastro, a decir esas palabras que me dejarían sin consuelo, pero que aniquilarían la incertidumbre. Sé además —o creo saber— exactamente dónde está y qué hace.

Me gustaría decirle: en Madrid los días se hilvanan apacibles, sin otro vértigo que tu taza vacía, sin otro alivio que leer en el espejo que el sol brilla (aseguró que brillaría el sol el día de su partida, así lo dejó escrito en el espejo). Le diría que he conocido mucha gente, que el jueves pasado fue estupendo ir a la piscina, que no dejo de escribir, que he leído tanto como otros beben para borrase la memoria, que los paseos son cada vez más largos y las noches más cortas.

Pero preferiría que hablara ella, como suele hacer, de muchas cosas para evitar el tema que le punza, para decir ¡aquí estoy!, aunque en verdad esté tan lejos.

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