viernes, febrero 24, 2006

Viaje

En Granada, al pie de las cuevas hippies y flamencas, un visionario me habló del Puerto de Santa María. Aún atontado por sus profecías y el efecto adormecedor del vino dulce de esa zona y de unos bollos untados con hachís, encallé en el Cádiz.

La imagen del puerto es la imagen de la vida, de aquí mi gusto veracruzano y mi desdén por la virginidad de los paraísos del Pacífico. Es verdad que en aquel viaje no encontré lo que buscaba, no se cumplió la profecía —no la cumplí aunque estuvo en mis manos—; es cierto también que preferí la soledad acompañada de licores amargos y el trasiego de una esquina que tal vez hoy pudiera abochornarme. Hemos sido capaces de muchas cosas, pero hasta las últimas consecuencias de muy pocas.