lunes, junio 13, 2005

Contra la periferia

La calle, con sus irregularidades y sus grietas, se extendía ante mis pies como un tapiz conocido y fastidioso; mi sombra, alfombra esquiva y sutil, se alargaba deforme haciendo aún más monstruosa mi figura jadeante, de bípedo cebú, de oso ciego. ¿Qué pensamiento incómodo habrá atravesado mis sienes? ¿Qué imagen febril me habrá hecho girar la cabeza sin fortuna para no ver el vado en que mi pie izquierdo se apresuraba a encallar arrojándome como un títere sin hilos a la acera? Por supuesto que con la rapidez que me permitieron el dolor y la vergüenza me puse de pie sin sacudirme los pantalones, mientras miraba altivo hacia las azoteas para esconder el bochorno que me inflamaba la cara y sopesaba el daño punzante que me había hecho en las piernas. Pero ya las risas de los niños —inadvertidos y escurridizos como ratas—, comenzaba a bañarme de ignominia. Avancé de prisa, pero a cada paso renqueante el coro de carcajadas me robaba el aire, el escaso equilibrio de mi andar borracho. A esa súbita caída le siguieron dos o tres más hasta que, buscando el anonimato en una plaza, me arrojé a un banco. Exiliado de los poseedores de la serenidad, de aquellos cuyos zapatos no se despegan nunca de la Tierra, me descubrí en la orilla, en el margen, habitante de la periferia de un orden que no me ha sido dado compartir, y odié mi situación y la exactitud casi maníaca del concatenamiento de las cosas. Habría sucumbido nuevamente —por mero esteticismo— a la degradación del suelo, habría convivido, rasante, con sus demonios, que nos mueven al asco o a la risa, si la cabeza no me hubiera dado tantas vueltas. Cerré los ojos. El murmullo de la muchedumbre contrastaba con el silencioso trajín de los insectos. Ahí estaba yo, pura órbita, un equilibrista recorriendo a ciegas el perímetro del mundo.

Durante mucho tiempo he perseverado en la disciplina del exilio; ya en México me imaginaba a mí mismo como un Kerouac, un Bierce en busca de aventuras y folclor; recorría los tugurios y me llenaba la garganta de humo y de polvo. Luego llegaron los años europeos y aunque aprendí nuevos placeres, conseguí deambular aparentemente sin rumbo y sin sosiego. Pero sentado en ese banco de madera, mientras mi cabeza daba un salto mortal tras otro, supe que era mentira. No se puede, literalmente, vagar sin rumbo. Ignoramos el entramado, la madeja que nos hace desembocar en una historia o en otra, no sabemos —no podemos saber— qué viene a continuación, y esa incertidumbre es el camino. Por otra parte, somos proclives a los ciclos, y en idas y regresos se nos escapan los días. Era mentira que habitara en la periferia, al menos de una manera absoluta. Ayer por la tarde, mientras engullía con voracidad unas picotas, abrí al azar el afamado Libro de las Mutaciones; el perturbador hexagrama 27 se presentó ante mis ojos con unas palabras que me sonaron a grito: sólo los envidiosos y los necios son incapaces de comprender que el meollo de la vida está frente a nosotros, nunca en otra parte. Los griegos lo entendían de otra manera, el centro —kéntron— era la aguja, el aguijón del compás con el que se dibujaba la circunferencia; la periferia, insustancial, no era sino el lugar en el que el centro se desborda, si se desborda.

Espigado y rabioso, el Dr. Gastón Murillo, girando sobre su propio eje, solía proferir en sus tertulias que si el universo es infinito, su centro se encuentra en cualquier parte, conque todo punto en el espacio sería centro del universo y periferia al mismo tiempo. Pero no sólo por eso somos incapaces de saber en dónde estamos parados, la publicidad y la tontería cotidiana nos desconciertan, además, como escribía Ítalo Svevo, por cada persona que vive hay tres o cuatro que desean que alguien viva por ellas. El centro es un punto invisible para quien en él se encuentra, es el ojo incapaz de mirarse a sí mismo, por eso parece inefable. No hay márgenes, no hay perímetro, no hay periferia en rigor metafísico: ahí donde se encuentra nuestra mirada está ocurriendo lo más importante del universo, ahí donde nos encontramos se encuentra el centro.

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1 comentarios:

At 5:57 p.m., Anonymous Anónimo said...

Me gusta mucho el dominio que tienes del lenguaje, también de las ideas, sabes ordenarlas para luego formar algo más grande... me gusta el estilo que tienes para hacer desbordar tu centro.

y

 

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