martes, junio 22, 2004

Futbolero

Ayer pinchó España. No sigo el futbol —no tengo tele desde hace 12 años—, pero los encabezados de los periódicos de hoy me causaron algo parecido a un déjà vu: ¡A la calle!... Lo de siempre... El fracaso habitual...

No sigo el futbol, decía, si bien es conocida mi afición a la cáscara, que por cierto, el día de hoy me dejó baldado en el sofá con un ingrato dolor de cintura. En efecto, procuro echar una cáscara cada vez que viajo, porque me he persuadido de que en el juego (en gerneral) podemos hallar rasgos muy característicos de la idiosincracia que uno visita; al ser mis cualidades físicas cercanas a la minusvalía, y el futbol callejero un deporte de más maña que de fuerza, me ha parecido siempre propicio para estos atisbos antropológicos. No sólo se trata del modo como se juega, es decir, la visión de campo, el sentido de equipo, las cualidades técnicas y tácticas; también del argot y de los estados de ánimo que despierta la cáscara, ya cayendo en el marcador, ya dominando tres o cuatro retas. En el juego aflora lo mejor y lo peor del carácter; los temores y los vicios. También encontramos personajes arquetípicos que se repiten a lo largo del globo: el goloso, que no suelta la bola; el delantero fallador que asegura jugar peor en la defensa; el sacrificado, que hace por el balón todo el encuentro pasando una vez más desapercibido; el gordito que siempre termina de portero —muchas veces también es el dueño del balón—; el crack que sale tan sobrado que todos le creemos; el inconstante, que reacciona dos o tres veces de manera magistral pero permanece dormido el resto del partido; el capitán, que no se tienta el corazón al dejar la pierna; etc.

Tokio, Valencia, Londres, Glasgow, Casa Blanca, Berlín, Roma, Budapest, Dublín, son algunas de las ciudades donde recuerdo haber jugado con mayor o menor fortuna. Pero voy a detenerme en el Chilango y en Madrid.

La cáscara chilanga se desarrolla en terrenos casi siempre inhóspitos: llanos, terregales llenos de piedras, estacionamientos... La cáscara madrileña en canchas de futbol 7 o futbol sala. En cuanto a las reglas la diferencia fundamental es el fuera: en Madrid se respeta neuróticamente la línea de las bandas y se cobran los tiros de esquina. En el chilango no hay tiros de esquina y tampoco línea de banda. Nuestro juego es más rudo y tendemos a tocar demasiado el balón con poca verticalidad; nos justa "bailar" al contrario si se puede. El juego español es más vertical, con jugadas muy hechas; probablemente es más técnico, pero tiene menos gracia en sus destellos: son los sudamericanos (siempre hay sudamericanos) los que ponen la guinda. Mientras en el chilango sólo se cobran las faltas demasiado evidentes, y muchas otras se toman como la lucha natural del partido, en Madrid se cobra todo, hasta el empujón más leve. Las porterías madrileñas tienen red (si bien una raída por el tiempo). En el DF se usan mochilas, piedras, troncos, lo que haya a la mano, para hacer las porterías, y, generalmente, sólo se toman como válidos los goles debajo de la cintura.

Los mexicanos jugamos con coraje, es nuestra manera de divertirnos, si nos pican o vamos cayendo, podemos dar una sorpresa. En Madrid se juega más relajado, pero si van cayendo se derrumban o se pasman. Los mexicanos no tenemos vanidad futbolera: se juega bien o se juega mal, pero sabemos en el fondo que nuestro futbol es mediocre, y se admira a Brasil. Los madrileños tienen vanidad: se jactan de tener el mejor "fútbol" del mundo, y admiran al Real Madrid. Unos ven al ombligo, otros no quieren ni verse. Cuando juega nuestra selección todos queremos que gane, pero nadie le tiene fe, parece como si siempre dependiéramos de milagros; nunca estamos conformes con los convocados, ni con su rotación de funciones, pero tampoco podemos mencionar dos laterales izquierdos de calidad, o tres buenos delanteros centro, ¡no tenemos! La selección española acaba de medirse con rivales de la zona y su desempeño fue ridículo, aun cuando alineó a los mejores jugadores (en el papel). Su fracaso kármico se parece al nuestro. Lo que no se parece son sus expectativas. Hace una semana se hablaba de traer la copa; hoy vimos a los muchachos llorando como nenes.

1 comentarios:

At 10:30 a.m., Anonymous Anónimo said...

carnal, me parece que se te olvidó mencionar una diferencia jurídica de primer orden: en el chilango, la cáscara en ocasiones cuenta con personal de seguridad (auxiliounam) que escucha alegatos de zancadillas a la altura de las fosas nasales.

 

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