miércoles, abril 28, 2004

Nuevas fotos


Un par de habitantes me acompañan en el estudio desde la semana pasada; se trata del señor R. L. Stevenson y del bueno de Bioy Casares. Días atrás había comentado que mi Connan Doyle me observaba con su cara biliosa y militar justo debajo de Baudelaire; pues bien, ahora se encuentra del otro lado de Leibniz, debajo de un Poe que se palpa la boca del estómago como si tuviera unos intensos dolores gástricos y que lanza al universo una mirada compungida, atormentada y salvaje; trastornada sin duda por los efectos continuados de su habitual alcoholismo. Ahora, debajo de Baudelaire se encuentra Bioy; se trata de una foto en primer plano donde aparece anciano, pero bastante vital; casi podríamos decir un anciano de acción. Lleva el pelo corto, completamente blanco; está vestido de traje; su camisa, aunque es lisa (de un solo color, sin grecas o rayas) no es blanca. Se encuentra recargado en el tronco de un árbol sujetando con el brazo izquierdo lo que parece una gabardina. Su corbata es delgada, y tan larga que la lleva dentro del pantalón (probablemente unas tres pulgadas); parece estar discutiendo acaloradamente con algún insensato, quizás un periodista. Usa un cinturón muy delgado y luido con una hebilla ordinaria y metálica en forma de U girada hacia la izquierda (o de C al revés). No parece recargado por cansancio, porque no tiene todo el peso encima del árbol, sino simplemente por comodidad. Está anciano, pero se ve sumamente vivo.

Stevenson se encuentra debajo de Bioy; es el último de la columna. Así dicho, parecería que es a quien le doy menos importancia, pero basta sentarse en mi silla de trabajo para comprender que esa apariencia es del todo falsa. No sólo Stevenson es uno de mis escritores favoritos, sino que ocupa el lugar más visible de todos justo por tenerlo casi enfrente de mí, a la altura de los ojos. Esta imagen, si bien no es la más conocida no resulta ajena, pues se hizo varias fotos el mismo día —creo—, o cuando menos vestido de la misma manera. Se trata de un acercamiento a su cara; la foto original, si no me equivoco, es una donde se encuentra sentado y sale la mitad de su cuerpo. Esta imagen nos muestra sólo su rostro y su busto. Lleva un saco que parece de terciopelo cuyas solapas están ribeteadas con una especie de listón de seda. Las solapas son pequeñas y no muy anchas —me gusta bastante su vestimenta—; su corbata está anudada de una forma sencilla lo que le da un aspecto elegante, pero despreocupado. Lleva el cabello largo, peinado con aceite y dividido casi por la mitad. Su rostro alargado se ve sumamente joven e inocente, pero no imbécil, sino expectante, asombrado, simpático. Una ligera sonrisa se dibuja debajo de su bigote espeso, sin encerar; su expresión es de ternura y de una alegría melancólica. Tiene la frente muy grande y las cejas delgadas y pequeñas; esa amplitud de su rostro le agranda la nariz y le da un garbo especial; sin embargo, sus ojos ligeramente desorbitados revelan que es una persona inquieta e imaginativa, que está pensando en mil cosas a la vez; su mirada asombrada y pueril revela que en esos momentos se divierte con la idea de la foto, y que está dispuesto a tomarse cuantas hagan falta. Pero su postura desequilibrada y contrahecha, así como la palidez de su cara dan cuenta de su habitual postración, pues no sin esfuerzo mantiene la cabeza erguida.