viernes, agosto 01, 2008

E.T.

Aunque todavía no tengo una actividad definida (julio y agosto están más muertos que Matusalén), me levanto temprano y hago mis rituales solitarios como prepararme el café, ir a la boulangerie mirar la calle desde el balcón, ducharme, leer, tocar la guitarra, tratar de imitar la paciencia de las plantas... Tengo esperanzas en encontrar trabajo. No he parado de repartir CVs, de dejar affiches ofreciendo mis clases, de moverme por la ciudad para tratar de encontrar gente afín. Pero, a veces me pregunto, ¿qué sería eso? Esta vez no vine desde lejos huyendo de nada, como hubiera podido ser el caso de mi estancia veracruzana o de mis diversos yerros europeos. De alguna manera viene más con la búsqueda en la mochila, con una mochila ligera y los pies llenos de polvo de tanto estar pegados a la tierra. Supe ayer que hay una asociación mexicana (¡los mexicanos estamos en todas partes!) de nombre autóctono. Ya había presentido desde mis estancias berlinesas que ser mexicano en un país que no fuera España podía ser más fácil. Y es verdad, apenas dejé la madre patria y volvieron los giros retóricos, las danzas sinuosas de la lengua mexica. ¡Hasta Eléna se ha contagiado del ¡no manches!, y del ¡órale! Purezas impuras en este vecindario de franco-africano.

Hablaba con un turco, músico él y dueño de una épicerie (tiendita de la esquina) sobre el origen y las tradiciones —había removido el barrio en busca de picante, picante de verdad, no este piment fort que asusta a los árabes cuando les preguntas, pero sin éxito—; instrumento en mano (una suerte de mandolina cuello de cisne) decía: 35 años en Francia, pero yo no soy francés (no sé habrá llegado a los 14 o 15 años de edad), si, del documento, del idioma, pero mira, te veo con la guitarra y… comenzó a tocar sus melodías extraordinarias.

Filosóficamente nos ha quedado claro que la identidad es una construcción mental en la que contribuyen factores sociales (dinero, amistades, barrios, costumbres ciudadanas, comercio, publicidad), pero también el espejo, y un sentido ofuscado de la estética del cuerpo (dónde está y de dónde viene son dos preguntas diferentes). Aunque el yo sea una construcción artificiosa, una vez consolidada la ficción se vuelve real. Real en el sentido de los poderes imaginarios con que revestimos la autoestima. El ego se hincha o adelgaza según el nivel de nuestras aspiraciones y la mirada despiadada de los otros, que contribuyen, y este es mi caso aquí, a recordarnos que somos un poco extraterrestres. En la fiesta madrileña que festejaba la ley que permitía el matrimonio entre homosexuales, una mujer obesa, casi calva, con los escasos cabellos que le quedaban pintados de morado, su marido, tan delgado como un espagueti y con unas gafas tan gruesas como un antifaz y sus dos vástagos, el Albóndiga y la Escama, como los llamaba su madre, llevaban escrita en el pecho la proclama Todos somos raros.

Es inevitable, nuestra rareza es congénita, ¿para qué esconderla? Sí, lo friki se puso de moda en España al grado de que lo más raro del mundo era trabajar honradamente, preferir el mosto al vino tinto y salir a correr al parque entre semana. Pero también es más fácil ser extraterrestre en otro planeta a serlo en el que has nacido. Aunque ojo: para el que ha venido de otro planeta, los extraterrestres son los que de antiguo estaban aquí.

1 comentarios:

At 12:46 p.m., Anonymous Anónimo said...

Desearía saber de que hablas, pero no puedo. Quizas te entiendo, pero eso no es importante. Vives en otro mundo ahora, y yo tambien. I wish you all the best en tu nueva vida.
Y, yo si te hecho de menos

 

Publicar un comentario

<< Home