martes, mayo 31, 2005

Des-pedida

Acudí al Tarot, al I Ching, a la astrología, al psicoanálisis y a la guitarra. Me dijeron lo mismo: que de aquí en adelante el universo será indiferente a mis plegarias, que cada paso es mío y mío el camino. La tarde de este martes huele a estanque, ondean mis miembros como ropa tendida. Soy el trapo desteñido donde una gata tuvo a sus cachorros. Esta vez no hay yerba ni alcohol ni café ni azúcar. Tengo los ojos muy abiertos. Mientras cuelgan mis dedos las cuerdas se desgajan. Debajo de la cama se esconde una iguana, un jardín japonés, un ruso atormentado y unas chanclas. Busco tu ropa en la silla —donde la pusimos hace tiempo—, y sólo encuentro esta falda corta que es promesa y es grito —rito. Tu lengua, en francés que me embriaga, se acerca lentamente a mi boca. Tu lengua, aceite hirviendo, estampida, terremoto, volcán, tu lengua me salva. Yo te tejeré un vestido de besos —muy ceñido— para que salgas a la calle. Rompí el espejo de la habitación, y, conforme caía el vidrio en pedazos, también se desintegraron mis recuerdos, todo lo vivido, todo lo que pesaba o aturdía. Apretaba el lápiz con los dientes antes comenzar estas palabras, ahora el lápiz es el torniquete de mis dedos. Y así, de una forma natural fui alejándome de todo, abandonándolo todo, perdiendo —obsequiosa derrota—, quedándome vacío, limpio. Picotas, aceitunas, naranjas, una pera, el aire es mi casa. No tengo nada, nada quiero. Me despido de la vehemencia y del azoro, de la taimada disciplina de tu ausencia, de cada una de las horas que aniquilé con rabia, de lo que no necesito y de lo que me hizo falta. Doy la cara. Voy hacia ti sin testamento.

Image hosted by Photobucket.com